sábado, 17 de octubre de 2015

OBSERVACIONES RELACIONADAS CON LA EXUBERANTE ACTIVIDAD DE LA "CONFABULACIÓN FONÉTICA" O "LENGUAJE DE LOS TRISTES"


A pesar del rojo y las cucharas


a. A través de su canto los pájaros comunican una comunicación en la que dicen que no dicen nada. 


Si miras a algunas persona sin que lo note, puedes oler, sentir, escuchar, palpar y observar la tristeza en su máxima expresión. Yo los llamo: los tristes. Piensan en la vida como el eterno dolor, suspendido a momentos por lo que mucha gente llama felicidad, pero que poca puede definir, algunos simplemente la describen como un estado de ánimo, de placer, que dibuja una sonrisa en el rostro de los tristes; en el mejor de los casos luciendo grandes dientes blancos y que desaparece con el pasar de los minutos, al toparse de frente con su yo en el espejo y ser lo que Kundera llamaría: Homo sentimentalis.

Entonces, la tristeza a través de la persona observada o la persona a través de la tristeza: ¿has visto comer a alguien, pensar en todo lo que puede suceder para impedir que el comensal disfrute su platillo? El peligro de que algo pueda interferir en un acto tan cotidiano, que parece seguro y asentado. Le ves, tan viva, en cada movimiento, del plato a la boca, su mano trabajando para atrapar el trozo de algo, sus ojos parpadear, su piel enchinarse tras el paso de una corriente de aire, el moviendo de su cabello; cada estructura de su cuerpo funcionando, viviendo. Y ahí está, detrás de esa persona, la única seguridad posible: la muerte. La certeza de que en minutos, días, semanas, meses o años, aquel que observaste desaparecerá, perecerá, la ruptura, presagio innegable del final y lo que fue ya no es más. No importan las memorias que deje, son recuerdos instalados en la mente de otro, ya no es él, sólo es vacío, es la nada caminando descalza y haciendo ruido, es la frustración insoportable de no poder nombrar lo que una vez hasta fue juzgado.

Lo mismo sucede cuando miras a una persona caminar, correr, escribir, cantar, llorar; no es más que la muerte evidenciándose, burlándose de lo que tiene vida. A cada momento se pone de manifiesto la única y verdadera condición humana: la fragilidad. Yo creo que los tristes son conscientes del mal de la muerte o han sido invadidos por la idea de la muerte en vida. Para los tristes todo es ruptura, todo es rompible, nada es duradero, aunque a momentos lo parezca. Mientras observas a una persona viajar en el vagón del metro, mientras miras sus ojos: eterno cristal de lo que cree haber vivido, las arrugas atraviesan el rostro y de alguna forma, siempre amorosa y siempre siniestra, van dejando señales, pistas, para entender que ese quien sufre, que aquél que duele, que se rompe, un día, a una hora en específico, sin importar que el sol salga o no, sin importar que el resto del mundo siga su curso, sin importar que las letras fluyan en las grandes mentes, que se sigan leyendo las grandes obras, sin importar el verde o el rojo, o lo que llamamos dormir, sin importar los espejos y las cucharas, las canciones y los recuerdos; sin importar nada de ello, lo que es muere y sólo queda la nada, lo que no  es, y posiblemente, lo que nunca fue. Fatalistas, tremendos fatalistas del mundo, a veces se les olvida mirar hacia abajo, no arriba, acá, abajo.

Pero los tristes no son iguales entre sí, viven la tristeza, la vida, la muerte de formas distintas. A veces corrompibles, a veces en largos infiernos floridos, a veces en la desgarradura, a veces disfrutan lastimando, a veces no disfrutan nada; algunos sueñan, algunos hasta crean.

Aún así y a pesar de la muerte, tiemblo con una mirada, aún tiemblo con la mirada de algunos tristes... ¿qué hacemos para vivirnos? 

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