miércoles, 9 de noviembre de 2016

Yo soy la imitadora de la madre de la poesía mexicana, o sea, soy la imitadora de Auxilio Lacouture

No conozco a todos los poetas y los poetas no me conocen a mí (y a algunos no los quiero conocer).
Nunca he visto a Arturo Belano.
Pero yo  estaba en la Facultad cuando todo el mundo presagiaba, mediante comentarios en Facebook y en todas partes, que la apocalipsis estaba ya ocurriendo.
Yo no estaba en los baños, sino en una banca, sentada en una banca en el primer piso de la facultad comiendo ensalada y escuchando los rumores sobre el fin del mundo, el inicio de la hecatombe y la llegada al poder de un (¿otro?) racista y misógino (incluso escuché deambular a Hitler entre las palabras apresuradas de las personas).
Yo estaba leyendo los poemas de Susana Romano Sued y Carmen Berenguer, las poetas que escribieron durante/en/sobre las dictaduras y a mi cabeza regresaban los poemas de Pizarnik, jaulas y pájaros, y  Casa tomada, y me preguntaba si ya había sido tomada toda la casa o si quedaban rincones desde los cuáles resistir o si debíamos salir de una vez o si teníamos que buscar nuevas casas o tumbarlas todas.
En verdad me preguntaba en qué momento íbamos a empezar a vomitar conejitos.
Sentí ese  ruido en el alma en mitad del pasillo de la facultad gracias a mi no-hábito de leer en el baño o a mi manía de comer sola. Y el ruido fue creciendo y creciendo y finalmente me enteré de todo lo que pasaba (o ya lo sabía pero quise enterarme en ese momento). Y la burbuja de la poesía no hizo blip, porque la poesía nunca ha sido una burbuja para mí, sino una forma que aún me cuesta trabajo explicar, de analizar al monstruo.
Y pensé en las poetas escribiendo en las celdas de los centros de detención, en los campos de concentración o en las cárceles. Pensé en los pedacitos de papel escondidos entre los escombros, en el piso, en los pequeños orificios del encierro o en aquellos que lograron salir de la jaula y que circularon de forma clandestina y que fueron leídos, luego destruidos y transmitidos de manera oral, y en todas aquellas poetas quienes desde sus escondites, desde sus trincheras, se susurraban aquellos poemas porque era su forma de estar vivas o de complejizar y entender la realidad.

Nadie puede escribir poesía en medio del horror.
O mientras exista sólo se puede escribir poesía sobre el horror

El pasillo estaba lleno y al final de las ensaladas sólo queda la aburrida cama de lechuga.
Y entonces yo me dije: Quédate aquí, Sandra, no permitas que te lleven. Que la fatalidad te arrastre, mirá que con tu sensiblería es muy factible.
Quédate aquí, en medio del pasillo, con la aburrida cama de lechuga, la poesía en las manos, no permitas, nena que te metan en esa película, si te quieren meter que se tomen el trabajo de encontrarte.
Y entonces escuché voces que decían que efectivamente la casa estaba siendo tomada, que “esto de elegir a un racista, clasista y xenófobo no es nuevo”, que “Trump, Macri, Peña Nieto, Cartes, Bachelet... El continente va hacia la derecha más nefasta, no crean que los gringos tienen la exclusiva…” y “Un 9 de noviembre del 89 cayó el muro, hoy 9 de noviembre, ¿se levantará otro?” luego otras que decían: “organízate y lucha”.
Y ahí estaba, el silencio especial y el tiempo fracturado y corriendo en varias direcciones
Y supe lo que tenía que hacer. Supe qué tenía que resistir (lo que no sabía bien era cómo). Así que permanecí sentada con la aburrida cama de lechuga entre las manos, abrí Procedimiento, el poemario de la argentina y empecé a leer y vi ahí mismo a la mujer que pide trozos de papel para escribir poesía y vi las marcas en su cuerpo y escuhé los cantos fúnebres a lo lejos y la escuché defenderse y contar la historia de su militancia…

Luego cerré el libro, cerré los ojos y me dije: Sandra Arrazola, ciudadana de méxico, latinoamericana, imitadora de la madre de los poetas mexicanos, no poeta sino escribiente de quién sabe qué cosas (es decir, yo no soy una poeta, yo sólo escribo como muchas personas lo hacen, en los pedacitos de papel que le arrancamos al monstruo) no viajera, a veces ermitaña, una uña encarnada, resiste...