No conozco a todos los poetas y los poetas no me
conocen a mí (y a algunos no los quiero conocer).
Nunca he visto a Arturo Belano.
Pero yo
estaba en la Facultad cuando todo el mundo presagiaba, mediante
comentarios en Facebook y en todas partes, que la apocalipsis estaba ya ocurriendo.
Yo no estaba en los baños, sino en una banca,
sentada en una banca en el primer piso de la facultad comiendo ensalada y
escuchando los rumores sobre el fin del mundo, el inicio de la hecatombe y la
llegada al poder de un (¿otro?) racista y misógino (incluso escuché deambular a
Hitler entre las palabras apresuradas de las personas).
Yo estaba leyendo los poemas de Susana Romano Sued y
Carmen Berenguer, las poetas que escribieron durante/en/sobre las dictaduras y
a mi cabeza regresaban los poemas de Pizarnik, jaulas y pájaros, y Casa tomada, y me preguntaba si ya había
sido tomada toda la casa o si quedaban rincones desde los cuáles resistir o si
debíamos salir de una vez o si teníamos que buscar nuevas casas o tumbarlas
todas.
En verdad me preguntaba en qué momento íbamos a
empezar a vomitar conejitos.
Sentí ese ruido en el alma en mitad del pasillo de la
facultad gracias a mi no-hábito de leer en el baño o a mi manía de comer sola.
Y el ruido fue creciendo y creciendo y finalmente me enteré de todo lo que pasaba (o ya lo sabía pero quise enterarme en ese momento). Y la
burbuja de la poesía no hizo blip, porque la poesía nunca ha sido una burbuja
para mí, sino una forma que aún me cuesta trabajo explicar, de analizar al
monstruo.
Y pensé en las poetas escribiendo en las celdas de
los centros de detención, en los campos de concentración o en las cárceles. Pensé en
los pedacitos de papel escondidos entre los escombros, en el piso, en los
pequeños orificios del encierro o en aquellos que lograron salir de la jaula y
que circularon de forma clandestina y que fueron leídos, luego destruidos y
transmitidos de manera oral, y en todas aquellas poetas quienes desde sus escondites,
desde sus trincheras, se susurraban aquellos poemas porque era su forma de estar
vivas o de complejizar y entender la realidad.
Nadie puede escribir poesía en medio del horror.
O mientras exista sólo se puede escribir poesía
sobre el horror
El pasillo estaba lleno y al final de las ensaladas
sólo queda la aburrida cama de lechuga.
Y entonces yo me dije: Quédate aquí, Sandra, no
permitas que te lleven. Que la fatalidad te arrastre, mirá que con tu
sensiblería es muy factible.
Quédate aquí, en medio del pasillo, con la aburrida
cama de lechuga, la poesía en las manos, no permitas, nena que te metan en esa
película, si te quieren meter que se tomen el trabajo de encontrarte.
Y entonces escuché voces que decían que
efectivamente la casa estaba siendo tomada, que “esto de elegir a un racista, clasista y xenófobo no es nuevo”,
que “Trump, Macri, Peña Nieto, Cartes, Bachelet... El continente va hacia la
derecha más nefasta, no crean que los gringos tienen la exclusiva…” y “Un
9 de noviembre del 89 cayó el muro, hoy 9 de noviembre, ¿se levantará otro?”
luego otras que decían: “organízate y lucha”.
Y ahí estaba, el
silencio especial y el tiempo fracturado y corriendo en varias direcciones
Y supe lo que tenía
que hacer. Supe qué tenía que resistir (lo que no sabía bien era cómo). Así que
permanecí sentada con la aburrida cama de lechuga entre las manos, abrí Procedimiento,
el poemario de la argentina y empecé a leer y vi ahí mismo a la mujer que pide
trozos de papel para escribir poesía y vi las marcas en su cuerpo y escuhé los
cantos fúnebres a lo lejos y la escuché defenderse y contar la historia de su
militancia…