sábado, 14 de noviembre de 2015

Reflexiones mientras intento escribir la tesis...




Recuerdo que tras el primer encuentro con mi asesora argentina allá en Corrientes, quedé con un sentimiento turbulento. Estaba un poco asustada, un poco azorada y, no puedo negarlo, también estaba algo decepcionada. Ella es brillante, me dio referencias, explicaciones, coincidimos en leer críticamente la obra de Pizarnik, leerla desde el marxismo cultural para desmitificarla e incluso me habló de la sombra bajo la que tuvieron que subsistir las escritoras argentinas. No, todo eso fue asombroso, maravilloso, yo no dejaba de escribir. La parte que me produjo temor fue la depresión profunda en la que ella estaba sumida, la tristeza incontenible de sus ojos, la mirada que a veces se le iba junto con la voz cuando empezaba a recordar su separación. Estaba en duelo. Al finalizar aquella primera cita me comentó de su experiencia con el psicoanalista y se quebró. Algunos encuentros más tarde ya estaba acudiendo al psiquiatra porque el dolor le era insoportable y no la dejaba seguir escribiendo su poesía. Sí, lo que me decepcionaba era el espejo en el que me miraba. Sentí en ese momento, bajo la lluvia y con astromelias en las manos, que era verdad, que algo me unía profundamente a la tristeza y a las personas tristes, que Pizarnik sólo era eso, un vínculo con la tristeza y que mi tutor tenía razón: solo las locas leemos a Alejandra.

Quizá por eso no abrí su libro. Yo misma nos estaba estigmatizando, asumí que sólo leería estados de tristeza absoluta, sin un enfoque crítico, como, supongo, asumía mi propia tristeza. Hace apenas una semana que me decidí a hojearlo dispuesta a confirmar mi teoría. “De qué sirven cien mil voces si es dentro donde perdemos”, eso pensaba mientras se desplegaba una extraordinaria lectura de la poesía, una lectura crítica y política, un recorrido por la poesía femenina argentina, una reflexión sobre el género y un inmenso conocimiento de la historia literaria-combativa…

Mira qué tremenda puedes ser, Sandra, reproduciendo lo que han dicho de ti y las tristes, mira que tú también pensaste en la tristeza como algo simplemente enajenante y en Pizarnik como una poetisa triste y ya. Mira que error tan doloroso y que dulce reencuentro con ella, con Alejandra y contigo

domingo, 1 de noviembre de 2015

Acá, en esta jaula, hay tres tipos de pájaros:





a. Los que confunden la jaula con la libertad, pintan los barrotes y ponen retratos de los "loquitos" y los "alitas rotas", mientras mueven la cabeza y se acomodan en algún rinconcito a vivir la vida encerrados...
b. Los loquitos, que en algún punto sienten las alas adormecidas y saben que la libertad no puede ser tener las alas adormecidas porque además de doloroso es profundamente aburrido, así que se arman de valor y se ponen a inventar formas de volar dentro de la jaula, formas que les produzcan el mismo vértigo, la misma emoción, así sostienen sus rincones, con la firme idea de que algún día, uno de los planes va a funcionar y volar será otra cosa...
c. Los que no soportan más, los más aduces, los más inquietos y hasta creativos. Esos pájaros no soportan está jaula y nunca se creyeron el cuento de que la puerta está cerrada o que los barrotes son impenetrables. Pájaros locos de felicidad y tristeza se ponen a luchar... Algunos, algunos un día se matan, prefieren estar muertos que vivir así, prefieren estar muertos que esperar a que les corten las alas o a que las alas se pudran o a que un día se olviden de sus alas. Se lanzan al abismo de donde no hay regreso. La muerte como libertad absoluta.