Oye, bad boy
¿Te acuerdas cuando éramos niños y nos aventábamos a
explorar nuevos lugares...lo hacíamos casi sin miedo, casi sin reservas?
Podíamos probar lo que nos gustaba
y escupir lo que reconocíamos como sabores amargos.
Expulsar a los monstruos,
Esconderse debajo de la cama solo para leer historias y
contar cuentos.
Mirar a los ojos sin pensar en qué mirada será la próxima en
humillarte.
Entregarse a los abrazos sin pensar en lo poco o mucho que
durarán.
Éramos casi puros,
casi libres.
Lo sé, bad boy,
has encontrado tu libertad y catarsis en las experiencias
místicas y la lectura de las estrellas;
en la poética cotidiana de creer en lo raro, lo distinto, en los planetas rojos y la muerte-crecer.
Has
subido montañas y
recorrido paisajes. Viajero.
Has perseguido la luz y te obsesionaste con las ventanas
abiertas.
Es esa pulsión de vida, chico malo, la que te alienta.
Eres un perseguidor de cumbres y posibilidades infinitas.
Yo hice un largo viaje para llegar aquí, bad boy
Un viaje por los caminos de mi ser, de mi mujeridad, de mi
cuerpa.
Por las torturas de la depresión,
las derrotas de las violencias "invisibles",
las atrocidades de la
indiferencia,
y tuve que defenderme de mí, de mis heridas,
y tuve que lamer mis heridas
mientras mis brazos sangraban,
mientras la soledad invadía
y no veía ni las ventanas, ni las cumbres, ni la música, ni
las estrellas.
Tuve prohibidas las
estrellas.
Hasta que el sur y su sonoridad, me devolvieron las alas.
Y volé tan lejos que cambié.
Era mi pulsión, la de muerte.
Bad boy tengo miedo, los amantes tienen miedo, las mujeres
tienen miedo.
Estamos
asustadas de nuestra capacidad de amar.
Estamos
asustadas de los buenos amores, las caricias tiernas, los besos suaves,
las sonrisas, los ojos cálidos y las manos juntas.
Tenemos miedo, bad boy, miedo de ti, miedo de ellos y de
ellas
Las que aman
Las que quieren
Los que no te rompen
Los que no te atormentan.
Tengo
miedo de ti, como lo tuve la primera o segunda vez que me dijiste que eras un
chico malo porque, quizá, estabas más asustado que yo.
Tengo
miedo de tu ternura.
De tus alas y tu impulso
De tu cotidianidad.
No es una renuncia,
todo lo contrario.
Es un anuncio. Un vínculo más profundo.
Confesarte mis miedos es un pacto.
No me suelto,
no te sueltes, vive:
como en las noches en que te abrazo fuerte y te digo que vos
también puedes sentir miedo,
como aquella vez que el dolor del mundo te agarró
desprevenido y lloraste sobre mi pecho.
No me sueltes, que yo no voy a soltarme.
Voy a seguir mi estrella azul, la que nos trajo aquí, la que
forma parte de mi cosmogonía personal.
Voy a escribirte poemas y a gritarme consignas en los momentos necesarios.
En la hora más oscura
En la sierra solitaria
En la soledad enajenante
En las dudas profundas
En la desconfianza cotidiana, que surge de imprevisto entre
los pasos
En las incertidumbres, en las
hostilidades.
En mitad de los impulsos que nos obligan a lastimarnos, a
clavarnos las uñas
A mirarnos extraños, a empujar nuestros cuerpos contra la
barrera de los hábitos represivos,
En la seguridad de la muerte.
En los desencuentros instalados
En el lenguaje no escuchado,
Cuando la poesía es imposible,
Ante la evasión de las promesas y los sueños vapuleados.
En el olvido de las historias, frente a los espejos que sólo
reflejan nuestros cuerpos dolientes
En la irracionalidad del invasor que se nos cuela por los
huesos,
Por las mentes y las estructuras disciplinatorias.
En mitad de la noche que amenaza con desatar la violencia.
En mitad de las palabras que son injurias sin sustento.
Ante los diccionarios que hablan del cariño y las sonrisas
en clave mercantil.
En la profundad de nuestras ganas de gritar y escupir deseos
imposibles.
Ante
nuestros rostros, que por una horas se transfiguran en el Enemigo.
Ante
las entrañas revolviendo, deshaciendo sentimientos, produciendo canales por
donde corre la tempestad de los errores.
Ante la imperfección de mi cuerpo y el tuyo.
Ante la imperfección de mis actos y los tuyos.
En los nudos de las ataduras que hieren nuestras manos.
Después de usar nuestras cadenas para atarnos, para
oprimirnos.
Ante los días desolados, donde las estaciones del año se
transfiguran en sentimientos hirientes, y detrás de la ventana todo el clima es
igual a lluvia, té caliente y lluvia.
Ante
los prejuicios que pintamos en las
re lecturas del pasado.
Ante el desconocimiento de nuestras reacción y al vuelta a la
estructura que nos impone roles.
Ante el
performance de nuestros miedos y
fantasmas, ante la oveja y el lobo transfigurados en nuestras camas.
Ante la amenaza de la despedida, el desencuentro de nuestras
dichas.
Ante la tristeza que derrumba.
Ante
el descontrol de las lágrimas o el llanto que irrumpe silencioso e inesperado en
un pasillo.
yo te nombro (como te
nombro Éluard): Libertad. Yo te grito, como lo hicieron los esclavos
moribundos: Libertad.
Yo te
poetizo, como lo hicieron las presas en la hora más aguda del mancillamiento:
Libertad.
Yo te repito, como lo hicieron las torturadas, las violadas:
Libertad.
Y te sueño, te anhelo, te pienso, te deseo, te escribo, te
grito, como lo hicieron los obreros de las fábricas: Libertad, como lo hicieron
las niñas vendidas: libertad, como lo hicieron las presas políticas: libertad,
como lo hicieron los guerrilleros capturados: libertad, como lo hicieron las
luchadoras, las guerreras: libertad, como lo hicieron los amantes en la hora
más profunda de la soledad:… libertad.
Yo te construyo, libertad.
La libertad, también de volver a reconocernos, salir de
nuestros miedos, capturar nuevos momentos, ser conscientes de la historia
y nuestros pasados, amarnos como queremos, odiar la estructura que nos
envuelven en viejas heridas, en viejos y tremendos hábitos de la tragedia, el
dramatismo y la desolación.
“hay que aprender a cansarse de la mierda, de la tragedia,
de lo gris. Hay que empezar a buscar los colores y acostumbrarse a ellos, a
deslumbrarse, hay que empezar a acostumbrarnos a ser felices”, me dijo una
mariposa.
Deshabitar
los dramas y las tormentas e instaurar el
diálogo, el cuestionamiento crítico y reaporpiarnos del cariño, es más,
redoblar el cariño.
Necesitamos nuevas consignas,
Las que teníamos no nos
alcanzan
No se confunda, nos
alimentan, nos llenan
Pero no soportan, las
pobres, tantos fantasmas.
Mira bad boy, existen diferentes consignas, la mía empieza
con el tema de la alegría: procurarnos la alegría en los días de tristeza, no
con el fin de ocultar las lágrimas y heridas sino con el fin de proponer, siempre y en todo espacio
la rebeldía.
La
realidad, dicen los viejos poetas, es el espacio donde todo lo que piensas sale
aún peor, estamos envueltos en una cultura que propone la tragedia desmedida,
la desesperación, la violencia, la angustia y el drama como formas de resolución
de conflictos, conflictos creados para lastimarnos, construidos desde la idea
que se mete en nuestros cerebros que germina con el paso de los días y el olvido
de nuestros acuerdos e historias.
Erradicar la instauración de la amenaza de la separación como
forma de control social. La amenaza de los distanciamientos y rupturas ante la primera imagen de la
tempestad o ante la danza de los fantasmas produce desde ahora la fragmentación
de una de las células más importantes para la lucha: lxs amantes. Por su
potencial transgresor y rebelde. Destruir a los
amantes ha sido uno de los proyectos mejor logrados del capitalismo.
Todxs tenemos miedo de ser abandonadxs,
Todxs tenemos miedo de ser comparadxs
Y entre
tanto miedo vamos creando rostros enemigos, ahí, donde deberían haber puentes
que cruzar, llaves que nos reguarden en los días de noche, panas de la vida. Construyamos
puentes.
Redoblar los esfuerzos y el cariño por la comunidad.
Y vos y
yo también somos la comunidad. Tus manos tendidas hacia mi cuerpo son la
comunidad, los arrullos inesperados, los llantos sorpresivos, son la comunidad.
Tú eres mi comunidad favortia.
La estrella azul,
bad boy, la de mi cosmogonía
personal.